EL PINO QUE SE QUEMÓ

Todos hemos sentido que algo se quema por dentro. Un sueño, una relación, un proyecto, una etapa. Pero también todos tenemos la capacidad de volver a brotar… un día cualquiera… cuando nadie lo espera… cuando pensamos que ya no queda nada. Y justo ahí, en ese momento frágil y silencioso… Dios hace su mejor trabajo.

REFLEXIONES DE VIDA

Eduardo Núñez

11/26/20252 min read

REFLEXIONES EDUARDO CONTIGO
REFLEXIONES EDUARDO CONTIGO

Dicen que los árboles guardan memoria… pero algunos guardan también milagros.

En un pequeño barrio, de esos donde las calles aún huelen a tierra mojada, había un pino grande, viejo y orgulloso. Los vecinos lo veían como un guardián silencioso que había mirado crecer generaciones enteras. En Navidad, todos lo adornaban: unas esferas gastadas, unas luces que chisporroteaban y hasta un ángel de cartón, doblado por los años.

Aquel pino era más que un árbol… era un símbolo.
Un punto de encuentro.
Un abrazo verde para quienes ya no tenían a nadie.

Pero un día, una tarde de viento seco, pasó lo inesperado.
Una chispa perdida —nadie supo de dónde— se posó sobre él. Bastaron unos minutos para que las llamas se levantaran hasta el cielo, devorando su cuerpo como si el tiempo quisiera borrarlo todo de un golpe.

Los vecinos salieron corriendo, impotentes, viendo cómo se quemaba no solo un árbol… sino los recuerdos de muchos años.
Hubo gritos, hubo lágrimas.

Y cuando el fuego por fin cedió, lo que quedó fue un tronco negro, silencioso, casi irreconocible.
El pino parecía muerto.
Un duelo colectivo se esparció en el barrio.
Era como perder a alguien más de la familia.

Pero la vida —esa maestra que pareciera hablar en susurros— tenía preparada una lección.
Unos meses después, cuando ya nadie esperaba nada, de entre la corteza chamuscada comenzó a asomar un pequeño brote verde.
Una hoja nueva.
Una señal de resistencia.
Una esperanza inesperada.

Los vecinos se reunieron de nuevo, pero esta vez para celebrar que aquel árbol quemado no se rindió. Que incluso en la tragedia, la vida busca renacer.
Y entendieron algo:
A veces, lo que se quema en nuestra vida no desaparece… se transforma.
A veces, perderlo todo es la única manera de volver a comenzar.

Por eso, ese diciembre el barrio no colgó luces… colgó agradecimientos.
Mensajes escritos a mano donde decían:
“Gracias por enseñarnos a levantarnos.”
“Gracias por recordarnos que aún ardiendo, la vida vuelve.”

Porque…
Todos somos como ese pino.
Todos hemos sentido que algo se quema por dentro.
Un sueño, una relación, un proyecto, una etapa.
Pero también todos tenemos la capacidad de volver a brotar… un día cualquiera… cuando nadie lo espera… cuando pensamos que ya no queda nada.
Y justo ahí, en ese momento frágil y silencioso… Dios hace su mejor trabajo.

Cuando la vida te queme, no te declares vencido.
A veces, lo que parece tu final… es apenas tu primer brote.

Si esta historia tocó algo dentro de ti, te invito a leer más reflexiones en mi blog:
👉 www.eduardocontigo.net