El regalo equivocado
Lo importante no es el regalo equivocado… sino el amor que aún puede corregirlo.
REFLEXIONES DE VIDA
11/30/20252 min read


Dicen que en Navidad todos buscamos dar lo mejor de nosotros… pero a veces, sin querer, entregamos justo lo contrario.
Aquella mañana del 24 de diciembre, Don Ernesto caminaba por el centro con una prisa mezcla de culpa y costumbre. Tenía 72 años y, como cada año, iba a comprar el regalo para su hijo, Martín.
Él sabía que se había equivocado muchas veces, especialmente en esas distancias que a veces se construyen sin querer entre padres e hijos.
De joven, Martín le pidió tiempo, abrazos, presencia… pero Ernesto estaba ocupado trabajando, sobreviviendo, creyendo que el cariño se medía en dinero.
Ese era su error: confundir esfuerzo con amor, y ausencia con sacrificio.
Entró a la tienda y, sin pensarlo, compró una billetera de piel.
—La misma de siempre —dijo la vendedora—.
Y él sonrió, porque no sabía elegir otra cosa.
Cada año regalaba lo mismo.
Era como si de tanto miedo a fallar, escogiera lo único que no podía equivocarse… aunque precisamente por eso siempre fallaba.
Esa tarde, mientras envolvía el regalo torpemente con sus manos temblorosas, escuchó un golpe en la puerta. Era Martín.
Tenía el rostro cansado, como quien carga años de silencio acumulado.
—Papá… vine a verte —dijo simplemente.
Ernesto sintió cómo el corazón le sacudía el pecho.
Le extendió la pequeña caja.
—Te compré esto… espero que te guste.
Martín abrió el paquete… y soltó un suspiro entre sorpresa y tristeza suave.
—Otra billetera… —murmuró—. Papá, tengo seis guardadas.
Ernesto bajó la mirada.
—Lo sé, hijo… es que no sé regalar otra cosa. Nunca supe… cómo decirte lo que siento.
Martín dejó la caja a un lado.
Se acercó despacio.
Y en un gesto que rompió años de orgullo y miedo, puso su mano sobre el hombro del viejo.
—Papá… yo no vine por un regalo. Vine por ti.
Lo que siempre quise… eras tú.
Y entonces ocurrió el verdadero milagro navideño:
Ernesto lloró.
Lloró por todo lo que no había dicho, por los años que no se pueden volver a vivir, y por la oportunidad que la vida —todavía— le estaba regalando.
Aquella noche no hubo cena elegante ni grandes adornos.
Solo dos hombres reconciliándose con el pasado, construyendo un presente nuevo.
El mejor regalo no fue la billetera, ni mucho menos evitar equivocarse.
El verdadero regalo fue el abrazo que, por fin, se atrevieron a darse.