Manejas despacio, papá…

Porque en cada familia hay piezas del rompecabezas que no conocemos. Hay historias que explican por qué somos como somos, por qué actuamos con cautela o con miedo, con paciencia o con carácter. Y a veces… basta una pregunta inocente para descubrir que no es que no pertenezcamos a nuestra familia… es que aún no conocemos sus batallas.

REFLEXIONES DE VIDA

Eduardo Núñez

11/26/20252 min read

REFLEXIONES EDUARDO CONTIGO
REFLEXIONES EDUARDO CONTIGO

A veces, las preguntas más simples nacen en los caminos más comunes… como un viaje en auto.

Aquella tarde, el sol tocaba el parabrisas con un brillo tímido, y el motor del viejo sedán ronroneaba despacio, casi como si también quisiera ir a paso de niño.

—Papá… —preguntó la pequeña desde el asiento trasero, mientras abrazaba su muñeca favorita—, ¿por qué manejas tan despacio?

Él sonrió sin quitar la vista del camino. Era una sonrisa que mezclaba ternura… y algo más.
—Manejo así porque tú vas conmigo, hija.

Silencio.
Un silencio que hizo más ruido que cualquier bocina de la calle.

Ella no entendió. Tenía apenas siete años y para ella la vida se movía deprisa, como la caricatura que veía por las mañanas. Para ella, ir lento no tenía sentido.

—¿Pero por qué? —insistió con esa inocencia que nos arranca verdades.

Él respiró hondo.
Quizá fue ese momento… o quizá llevaba años queriendo decirlo.
El volante tembló apenas entre sus manos mientras confesaba:

—Porque no siempre fui un buen conductor… ni un buen hijo… ni un buen hermano.

Su voz bajó de tono, como si hablara con los recuerdos.

—Cuando era joven, manejaba rápido… muy rápido —continuó—. Creía que nada podía pasarme. Que la vida era una carretera infinita. Pero un día, por querer llegar antes, casi pierdo lo que más amaba…

La niña lo miró desde el espejo retrovisor, sin comprender del todo, pero sintiendo que esa historia venía desde un lugar profundo.

Él sonrió de nuevo, pero ahora con un brillo distinto… un brillo que hace grande a un padre.
—Aprendí que la vida no se mide en velocidad… sino en compañía. Que uno frena, cuida, se detiene… por amor.

La niña asintió en silencio. Y apoyó su mano pequeña sobre el hombro de su papá.
Un gesto simple… que completó una historia que ella aún no entendía, pero algún día, cuando la vida también le pida ir más despacio, lo recordará.

Porque en cada familia hay piezas del rompecabezas que no conocemos. Hay historias que explican por qué somos como somos, por qué actuamos con cautela o con miedo, con paciencia o con carácter.

Y a veces… basta una pregunta inocente para descubrir que no es que no pertenezcamos a nuestra familia… es que aún no conocemos sus batallas.

La carretera siguió… no más rápida, no más lenta…
sino al ritmo perfecto del amor.

Cada persona de nuestra familia guarda un pasado que nunca contó del todo. Un miedo, una pérdida, una lección que lo transformó. Antes de juzgar por qué actúan así… pregúntate qué historia los hizo ser quienes son. Tal vez, al conocerla, también empieces a manejar más despacio… por alguien que amas.

Invitación especial

Si esta historia tocó tu corazón, te invito a visitar mi blog www.eduardocontigo.net, donde cada día comparto reflexiones profundas y humanas, escritas para acompañarte como un buen amigo en el camino de la vida.