Reflexión de hoy - Fin de año

Era la noche del 31 de Diciembre. Salí de mi casa para dirigirme al restaurante en el que junto con mi familia celebraría el fin de año. Mis hermanos y yo habíamos planeado esta cena para que fuera inolvidable. Debo decir que siempre hemos sido una familia numerosa y aprovechamos estas fechas para darnos el abrazo y brindar por la suerte y deseos futuros.

Hacemos promesas que rara vez cumplimos como “Esta vez sí me voy a poner a dieta”, “Voy a dejar de fumar”, “Haré ejercicio”, “No vuelvo a beber” y, sin embargo, surgía en mi ese enorme deseo de pasarla bien, después de todo no sabía hasta cuándo volvería a verlos, tal vez hasta la próxima cena de año nuevo.

Mientras conducía llegaban a mi mente infinidad de pensamientos, recuerdos y visiones de mi maravillosa niñez, de la inocencia ahora inexistente, de los viejos amigos, de las novias pasadas, de las buenas navidades donde el tiempo se hacía eterno para abrir los regalos abundantes colocados bajo un árbol lleno de luces que parpadeaban y a un costado de un viejo y desgastado nacimiento, mi madre, tan joven, y mi padre, tan grande y tan fuerte.

Observaba todas esas casas que iluminadas con foquillos de colores hacen de estas noches algo mágico y especial. No había avanzado mucho cuando al llegar a una esquina un grupo de policías desviaban la circulación.

-¿Qué es lo que pasa oficial?, pregunte en tono casi molesto a uno de ellos.

-El camino está cerrado, comentó. Hay un fuerte accidente aquí adelante.

A pesar de la prisa que llevaba entendí que no tenía otra alternativa, así que no me quedo más remedio que tomar el viejo camino por donde ya casi nadie circula desde que hicieron las nuevas avenidas. Apenas unas cuantas cuadras adelante el panorama se trasformó, muy lejos quedaron las calles adornadas con luces y las fachadas pintorescas.

Comencé a temblar de miedo, con los vidrios cerrados observe a unos traga fuegos, un par de limpiaparabrisas y a los niños de la calle que vestidos de payasitos se pintan una sonrisa en la cara que simula una vida de alegre fantasía, aunque para ellos reírse sea un lujo.

Contemple el rostro del mendigo y busque en su mirada alguna razón para celebrar, qué diferencia podría haber para ellos entre el año que se acaba y el que se inicia. Qué importancia tiene el hoy o el ayer si de cualquier forma son presa del frio y del hambre. Entonces pedí a Dios por todos ellos y pensé también en esos que confiaron que ahora si saldrían delante de esa enfermedad que los ha castigado durante tanto tiempo.

En esos rostros infantiles demacrados por la hambruna y llenos de dolor y en aquellos hombres que soñaban con que la guerra en su país se acabaría.

En ese instante concluí que no llegaría a tiempo al banquete, así es que baje de mi coche y humildemente invite a cenar a un grupo de pordioseros que intentaban calentarse con una pequeña fogata. Agradecí entonces por lo bueno y lo malo, afortunado o desafortunado, por la vida, la muerte, la salud y la enfermedad, por las lecciones diarias de la vida, por lo blanco y lo negro, por lo que se acaba y lo que comienza y, aunque un poco tarde logre llegar a la reunión de mi familia, donde me esperaban con cierta preocupación, créanme que ese 31 de Diciembre ha sido el mejor fin de año de toda mi vida, porque al fin logre mirar a través de los ojos de Dios, y eso, jamás lo olvidare.

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